domingo, 17 de agosto de 2014

Cuando detectamos un mal comportamiento

                Nos convendría empezar diciendo que lo que aprendemos en la escuela no solo alcanza el nivel de lo cognitivo sino que los alumnos desarrollan una vida socioemocional gracias a sus relaciones de interacción con sus compañeros y con los profesores; y con ella aprenden a ser, a convivir, a hacer, etc., además de aprender conocimientos. Quizá el empeño que desde las familias o desde los centros se pone con el fin de aumentar el rendimiento escolar y lograr calificaciones altas actúa en detrimento de estos aspectos no cognitivos que les ayudan a relacionarse y a compartirse. Sobre todo debemos tenerlo en cuenta porque el fracaso escolar empieza por sentir un daño socioemocional intenso, generado en un contexto determinado, que termina por derivar en un mal comportamiento.

               Hay quienes mantienen un enfoque individualista y se cercioran de que son las características de la personalidad del alumno las que justifican la mala conducta; por lo tanto, uno por ser de una determinada manera es considerado "el especial" o "el perturbado". Y las expectativas en cuanto a él suelen ser negativas porque se entiende que la personalidad es algo inmutable. Sin embargo, lo que queremos defender aquí es que toda la realidad intrapsíquica del alumno se construye en unas circunstancias que pueden propiciar, mantener o bien acentuar el mal comportamiento, con lo cual haremos responsables de una denominada mala conducta no solo al alumno sino también a las familias, a los compañeros y a los profes. Cuando no se crea un clima favorable que haga posible el aprendizaje, cuando los alumnos no son reconocidos como individuos diferentes unos de otros, que han de ser aceptados y apreciados incondicionalmente como personas, cuando se intenta atender a las dificultades siguiendo un mismo patrón, y se critica y se impone; en todos estos casos se está perjudicando el desarrollo normal del alumno.

                Esta crítica que tanto perjudica la autoimagen del alumno puede provenir de casa o de la escuela: el cariño y la atención a sus necesidades es insuficiente, mientras que los castigos son excesivos y la aplicación de la disciplina incoherente. El estilo educativo de los padres puede no ser el más apropiado para el alumno, que luego acude a la escuela y se encuentra con un sistema escolar cuya cultura y práctica docente es irrespetuosa con la condición humana. Así, pues, un profesor de apoyo suele encontrarse en esta tesitura y, tras una larga reflexión, trata de aportar al alumno todo aquello de lo que carece en sus encuentros con los demás. Para que sea capaz de descubrirse a sí mismo respondiendo y reaccionando de forma más positiva y ausente de tensión. Después, se ha de intentar que internalice su nueva conducta y sea capaz de llevarla a cabo en contextos diversos.

               En ocasiones se presentan disfunciones en la colaboración familia-escuela, y es realmente importante que ambas partes trabajen conjuntamente para producir cambios en la conducta y para que una vez obtenidos se vayan aplicando en todos los contextos. El medio en el que los intercambios tienen lugar participa de esa facilidad o reticencia que tienen las personas a adaptarse a él; tanto el entorno familiar, como el sociocultural y el centro escolar. (Añadimos aquí a los profes de apoyo fuera de la escuela). Todos estos son los ámbitos en los que tiene lugar la construcción de los aspectos sociales, del sentido moral y del mundo socioafectivo del alumno, así que procuremos no analizar a un sujeto de forma aislada para decidir si se ha de separarlo del grupo por conflictivo, porque los problemas se resuelven precisamente cuando se forma parte, ya que en caso contrario uno tiende a marginarse.

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